Yo sabía que no estaba paranoico. A mi, alguien me sigue...

23 de julio de 2009

PEQUEÑO DETALLE (o post de MEN IN B)


Muchos grandes descubrimientos, destinados a ser hitos en la historia de la humanidad, surgieron de hechos casuales.
Éste es uno de esos casos.
No digo que este post vaya a ser un hito histórico; estoy diciendo que llegamos a él de pura casualidad.

Utilizo el plural porque, gracias a la iniciativa de STELLA, el texto que ud esta por leer a continuación es el resultado conjunto de los desvaríos del Sr. Bugman, el Sr Bigud (Yoni) y el Sr. Briks.

En un alarde tecnológico sin par, (sin par porque somos 3, es decir, un número impar) este post será publicado en simultáneo por los tres autores. Ud, querido lector, podrá leerlo donde más le guste y deberá decirnos qué parte del texto fue escrito por quién, entiende?
No diga cuál parte le gustó más porque así empiezan los problemas de cartel; bastante lío tuvimos en la repartija de camarines y las pretensiones del Sr Bugman. Sospecho que la Sra. Bigud será nuestra Yoko Ono.
Sssshhh comienza el relato…


Cuando reflexionamos sobre los acontecimientos capaces de partir una vida en dos, de producir el artificio de “antes y después”, por lo general pensamos en grandes cambios, en sucesos cargados de enormes cantidades de felicidad o drama. El ser humano puede reaccionar con mayor o menor pericia ante semejantes golpes, asimilándolos, repeliéndolos o dejándose avasallar. Son eventos macroscópicos, visibles, detectables y con efectos reconocibles.

Los pequeños detalles, en cambio, son insidiosos. Su tamaño minúsculo les permite pasar desapercibidos hasta que es demasiado tarde. Penetran los poros, se introducen por las grietas, están en el aire hasta que son inhalados como un virus. Y pueden provocar desastres mayúsculos.

No había lugar para estas consideraciones en la mente de Pablo Kowansky, empleado bancario, ocupada como estaba en su totalidad con la solución de problemas relacionados con la satisfacción de urgencias fisiológicas básicas. Mientras introducía la llave en la puerta de su departamento de soltero, Kowansky sólo pensaba en dos cosas: tenía hambre, y muchas ganas de orinar. No necesariamente en ese orden.

Era un día más en una vida que transcurría en un territorio donde la tranquilidad limitaba a desgano con el aburrimiento, un día que había sido como una copia imperfecta de muchos otros, un día del cual no deberíamos estar hablando a no ser que estuviéramos en los zapatos de Pablo Kowanski y esta historia estuviera relatada en primera persona. Y ni aún así. Un día olvidable, diremos, por si aún no había quedado claro.

Si no hubiera sido por un pequeño detalle.

Bajó la cremallera y un chorro iracundo se abrió camino quemándole la piel, cascada sublime que halló su coronación en una espuma blanca y olorosa, generando en su mente un extraño efecto narcótico. Un éxtasis. Todo el éxtasis que puede permitirse un empleado bancario que ha transcurrido su día, su mes y su año manoseando fortunas ajenas.

Una buena meada, se dijo. Y sacudió a conciencia para salpicar la tabla y algo de suelo con las gotitas, pensando en que varias acabarían pegoteadas en el culo gordo y las plantas de los pies de su madre que algunas mañanas se daba una vuelta para invadir su intimidad, y de paso limpiar la casa. Porque un hombre debe dar gusto a su niño interior, se dijo otra vez.

La luz del velador apenas insinuaba algunas sombras en el comedor, impedida como se hallaba por una pantalla mugrienta, de un color amarillo oscurísimo, bastante similar al de su gloriosa cascada.

Percibió un sobre en el piso, cerca de la puerta, la lucecita parpadeante del contestador -mensaje no escuchado-, una tela de araña reconstruida en su ausencia y un olor rancio que provenía de la habitación contigua. Pequeñas investigaciones pendientes que le daban un motivo para regresar cada noche, así como la magnificencia de un cheque diferido lo echaba a la calle cada mañana.

Y entonces vio a la vecinita a través de la ventana. Y otra vez la necesidad fisiológica.

De pronto el hambre ya no se le antojó tan urgente, y echó mano a su catalejo.

Dominique, su nueva vecina, era una morocha impactante, de tez morena, trasero sólido y pechos inmensos. Poseía la capacidad de enmudecer a Pablo con sólo mirarlo. Apenas se habían cruzado un par de veces en el almacén de Doña Clota pero a él, eso sólo, le había bastado.

Acostumbrado a una vida social nula, Pablo era incapaz de cualquier acercamiento. Se limitaba a observarla de lejos y a soñar con ella casi a diario. Casi a diario, también, se había masturbado evocando a Dominique.

En su mundo de fantasía, Pablo Kowanski dejaba de ser el hombrecito gris y pusilánime que todos los días era objeto de las burlas más crueles en el trabajo; por el contrario, en su quimera, los hombres lo envidiaban y las jóvenes lo deseaban. La verdad es que para las mujeres él era inexistente, cuando no, repulsivo. Un día todo eso acabaría. Quizá, el mismo día que se atreviera a confesarle a Dominique todo lo que sentía por ella.

Sumido en una especie de fascinación, no dejaba de observarla a través del catalejo mientras imaginaba infinitos diálogos en los que ella le correspondía su amor con las palabras más dulces. Preso de sus pensamientos no pudo reprimir una exclamación de asombro al advertir que Dominique se desvestía lentamente…

Primero fue el sweater y Pablo se imaginó a su lado, riendo feliz. Luego, de espaldas a la ventana, ella desabrochó su camisa blanca, la que deslizó con morbosa sensualidad por la espalda descubierta. Pablo sintió reseca la garganta mientras observaba el pelo oscuro reposar sobre los hombros de Dominique e imaginaba sus pechos desnudos que no alcanzaba a ver, aún.

Cuando ella dejó caer su pollera, exhibiendo una minúscula bombacha negra, Pablo se sintió arder. Su virilidad henchida reveló mucho más que sólo un deseo sexual. Pablo comprendió que únicamente siendo un verdadero HOMBRE podría escapar a su patética realidad.

Supo al instante que debía tomar el toro por las astas, ejercer el control de su vida como un verdadero varón. Un animal. El macho alfa!!

LO HARÍA DE INMEDIATO, pero antes se premiaría con un último vistazo a Dominique.
Ella, ya se había desnudado por completo y pronta a salir de la habitación, tornó su cuerpo de manera tal que a Pablo le resultó inevitable ver que entre sus piernas colgaba flor de garompa!!

Al otro día, en el escritorio de siempre, revisando las mismas cuentas de siempre, Pablo pensó:

Si no hubiera sido por ese pequeño detalle”.

 

FIN



NOTA: es costumbre de este blog tirar una consigna, en este caso, la misma cae por su propio peso.
Cuál es ese detalle que en determinado momento y en determinada situación los marcó de alguna manera?

NOTA 2: "Lo interesante de todo esto es que cuando el primer señor escribió la introducción, el segundo y el tercer señor no tenían la más pálida idea de lo que iba a llegar a sus manos. Luego, cuando el segundo señor escribió el nudo, el tercer señor se quedó solo, aguardando por un material a medio terminar. Y finalmente, ese tercer señor escribió el remate, condicionado por los elementos provistos por los otros dos señores." (Yoni Bigud)


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