Hace rato que me molesta una muela.
No me duele. Sólo me molesta.
Es como mi vecino de enfrente, el pobre tipo nunca me hizo nada, pero su sola presencia en la cuadra me hace ruido. Chopper, en lo que yo llamo un acto de solidaridad intencionada, hace causa común y, amparado en la oscuridad de la noche, le caga la vereda casi a diario.
Por el contrario, no se puede decir que mi fastidiosa muela sea enteramente inocente.
En los últimos días se ha encargado de hacerme saber quién manda, y en este caso no es mi señora, como ella cree.
Digo esto porque luego de mis experiencias odontológicas me juramenté no volver a pisar lo que, imagino, no es otra cosa que la más acabada replica moderna de los antiguos salones medievales de tortura. Incluso el instrumental me trae a la memoria las escenas de una película de la que desafortunadamente no puedo recordar el título pero sí que trataba sobre los horrores de la inquisición.
Juro que si me amarraran a unos de esos sillones podría confesar cualquier atrocidad y someterme sin dudar a la mayor de las ignomias, tal como confesarme hincha de boca, HASTA ESO, mire.
Un amigo sostiene que la única diferencia entre un odontólogo y un sádico está en las revistas de la sala de espera.
Quién haya leído mis correos desde hace una década hasta aquí – además de ser inmune a las boludeces - debe saber que odio tres cosas. Las arañas, los odontólogos y una tercera que en esta oportunidad no mencionaré. Sin embargo, lo cierto es que, a pesar de mis reservas, estoy obligado a golpear las puertas de un odontólogo/a. Una vez más.
SI SEÑOR.
Afecto como soy a los dulces, tuve que visitar durante años distintos profesionales del dolor por caries varias. Sin embargo, al día de hoy no logro dar respuesta a la pregunta que taladra mi cabeza como el torno mis molares...
Es la odontología una profesión que requiera del carácter pétreo y dominante del macho de la especie o por el contrario es una arte que requiere de la sensibilidad y la intuición más factible de observar en el espíritu femenino?
En mi humilde opinión, uno debería apoyar la idea de que el instrumental odontológico, verbigracia, elementos de tortura, en manos femeninas, implicarían delicadeza y ausencia de dolor; sin embargo, en base a la experiencia y en contra de toda lógica, he llegado a la conclusión de que no es así. Esto no implica que son los odontólogos varones los que desarrollan esta tarea con mayor delicadeza, cuidado y dedicación. Nada de eso.
Brevísimo repaso de distintas situaciones (TODAS REALES) vividas por quién escribe. Quizá, una vez más, esta especie de terapia grupal que realizo al transmitirles mi inquietud vía mail me permita ver, al final, cuál es la respuesta.
Sin duda, la primera experiencia que me viene a la memoria (de hecho no puedo sacarla de allí desde que me sucedió) aconteció en mis años platenses. Indefectiblemente, cada tanto, no importa dónde o qué esté haciendo las imágenes vuelven a mi obligándome a suspirar por los buenos viejos años. Aaaaahhhhh (suspiro)
A lo nuestro.
Decía que a la cabeza de las experiencias odontológicas figura EC – permítaseme guardar la identidad de los personajes ya que como recordaran, las experiencias son reales.
La mencionada facultativa poseía poca práctica, conforme sus escasísimos años en el ejercicio de la profesión mas suplía su limitadísima experiencia con un par de tetas descomunales.
El lector en este momento debería estar moviendo su cabeza. En caso de ser mujer hacia los costados (como diciendo que no) junto a una mueca de su boca en signo de desaprobación y si es varón hacia arriba y hacia abajo levantando levemente una o dos cejas, recordando inevitablemente algún par de lolas que lo mantienen en vilo.
Decía, la perpetuada fémina no era muy buena como odontóloga pero cada visita al consultorio era para mi un mundo de fantasías e ilusiones. Si si. Lo mismo que ir a Disneyworld. Yo me recostaba en su sillón – de odontólogo - ; abría la boca – de ganso - y la dejaba hacer. Era un corderito maniatado. Sucede que EC además de las mencionadas TETAS tenía otra característica física. No era muy alta, era más bien petisa, sin ser enana, lógico. Un tamaño cómodo para una mujer y muy beneficioso para todo varón que tuviera que atenderse con ella, ya que para poder tener acceso a mi boca debía estirarse al máximo lo que, de manera inevitable, provocaba que sus pechos se apoyaran enteramente en mi. También provocaba otras cosas.
Le juro, amigo, que si allí mismo me ponían el torno sin anestesia y me hacían un tratamiento de conducto en los caninos mientras me obligaban a escuchar los grandes éxitos de la cumbia villera de ninguna manera hubieran podido borrar la sonrisa que se me dibujaba en el rostro.
En honor a la brevedad diré con indisimulado orgullo machista que poco tiempo duramos en el sillón. El problema de pasar del sillón a la cama es que no tiene retorno….RE - torno… (BUENISSSIMO). Mientras la relación para-profesional iba bien mi dentadura era digna de ser exhibida en los comerciales de pasta dental, ahora…AMIGO, finalizada esa relación, ud. se hubiera expuesto a que una amante despechada, armada – no hasta los dientes pero si por ellos – introdujera en su anatomía un elemento punzo cortante ? Yo no.
No obstante ello, debo reconocer, para seguir el hilo del presente mail, que jamás hube de quejarme por la atención recibida. Todo lo contrario.
CONTINUARÁ
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